En 1921, el Reino Unido pretendía impedir que Estados Unidos desarrollara su marina de guerra para evitar que se convirtiese en la primera potencia naval del mundo. Ambos países estuvieron a punto de entrar en guerra entre sí. Pero, dándose cuenta de que juntos podían dominar el mundo, optaron por hacerse aliados. Fue ese el inicio de lo que el primer ministro británico Winston Churchill llamó en 1946 la “relación particular” (Special Relationship) del Reino Unido con Estados Unidos. Para celebrarla se erigió una estatua del primer presidente estadounidense, George Washington, en pleno centro de Londres, Trafalgar Square. De esa “relación particular” entre el Reino Unido y Estados Unidos nació la OTAN.
En nuestra época, los secretos más celosamente guardados salen pronto a la luz. Pero eso no quiere decir que se den a conocer. La semana pasada las respuestas secretas de Estados Unidos a Rusia fueron objeto de una “filtración”. Mientras todos se concentran en lo obvio –los movimientos de tropas de la OTAN–, entre bastidores se mueven febrilmente las redes secretas que estadounidenses y británicos utilizan para vigilar y controlar a sus vasallos-aliados europeos. Washington y Londres saben que Rusia no va a atacarlos pero que puede separarlos de esos aliados.
Las respuestas de Estados Unidos y la OTAN a la proposición rusa de tratado de garantías de paz [1] fueron reveladas la semana pasada por el diario español El País [2], supuestamente gracias a una fuente ucraniana que teme que su país se convierta en teatro de un enfrentamiento bélico este-oeste.
La respuesta de la OTAN corresponde punto por punto a la presentación que de ella había hecho el secretario general de la alianza atlántica, Jens Stoltenberg. Eso es normal porque el texto de la OTAN fue objeto de consulta entre los 30 Estados miembros de ese bloque bélico, lo cual implica que era difícil que se mantuviese en secreto por mucho tiempo. La OTAN propone medidas para reducir el peligro de guerra nuclear y, por otro lado, rechaza el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos en Transnistria, en Abjasia, en Osetia del Sur y, finalmente, en Crimea –territorios reclamados por Moldavia, Georgia y Ucrania. Dicho claramente, los países de la OTAN rechazan el Derecho Internacional, así que prefieren no mencionarlo. Pero se dicen apegados a ciertas «reglas» que ellos mismos establecen. Quieren seguir bajo la protección de Estados Unidos, con el Reino Unido en el papel de segundo del sheriff estadounidense… pero no quieren arriesgarse a tener que enfrentar una guerra mundial.
En cambio, la respuesta de Estados Unidos es una sorpresa. Su contenido era secreto para todos, incluso para los otros miembros de la OTAN y para Ucrania. Por eso el título de esa respuesta la clasifica como un «NON-PAPER», algo que no hay que discutir con los demás y que debe ser secreto. Por esa razón es muy poco probable que esa respuesta haya sido revelada por una fuente ucraniana. La fuente de la revelación es obligatoriamente estadounidense.
Ese «NON-PAPER» trata de «Los sectores de compromiso que permiten mejorar la seguridad». Washington se presenta como negado a ceder en nada aunque dispuesto a negociar para congelar la situación actual, así mantendría sus proyectos sin tratar de seguir ganando terreno.
El documento estadounidense arroja luz sobre los recientes actos públicos de la OTAN: campaña de propaganda denunciando una invasión rusa supuestamente inminente, despliegue de tropas de los miembros de la alianza alrededor de Ucrania y envío de armas a ese país. Pero lo más importante no es eso.
Si realmente hubiese una invasión rusa, esas tropas y medios de la OTAN y las armas enviadas a Ucrania no podrían contenerla. Pero esa atmósfera causa pánico entre los dirigentes europeos –al hablar aquí de “europeos” no nos referimos sólo a los miembros de la Unión Europea. Washington y Londres saben que pueden darse el lujo de no responder sobre el fondo de la exigencia rusa de que se respeten los tratados y que Moscú no atacará por eso.
Lo que temen en Washington y Londres es otra cosa. Algo que el presidente ruso Vladimir Putin ya intentó en 2007, en la conferencia de Munich. Moscú puede tratar de ganarse a los países de la OTAN uno por uno. Y esta vez el evidente declive del poderío estadounidense puede llevar los aliados-vasallos de Washington y Londres a pensar que, en definitiva, su actual sumisión no les aporta gran cosa. Es por eso que la CIA estadounidense y el MI6 británico están reorganizando las redes stay-behind, con el consentimiento de ciertos dirigentes europeos que creen que Rusia está a punto de ocupar sus países.
¿Qué son las redes stay-behind? Al término de la Segunda Guerra Mundial, e incluso antes de la creación de la OTAN, Estados Unidos y el Reino Unido planearon cómo dominar Europa hasta la frontera Oder-Neisse, establecida por la Conferencia de Postdam sólo días antes de la toma de Berlín por los soviéticos y de la capitulación de los nazis. La «línea Oder-Neisse» fue la frontera que el primer ministro británico Winston Churchill calificó, en 1946, como «cortina de hierro» y que dividía Europa en dos [3]. Posteriormente, el presidente estadounidense Harry Truman organizó la guerra fría para evitar que los soviéticos lograran penetrar la zona europea de influencia asignada a Estados Unidos en la Conferencia de Yalta y en Postdam. Con ese objetivo, estadounidenses y británicos implantaron en las administraciones de sus aliados redes secretas que supuestamente entrarían en acción para garantizar la resistencia ante la «inevitable» invasión soviética. Esas redes obedecían a estadounidenses y británicos –que les garantizaban armas y entrenamiento– pero sus miembros eran elementos nacionales visceralmente antisoviéticos, entre los que había numerosos colaboradores o miembros de las tropas nazis, elementos que la CIA y el MI6 habían “reciclado” en aras de “una causa justa”.
Cuando se creó la OTAN, en 1949, las redes creadas en Europa occidental fueron incorporadas a la alianza atlántica, pero siempre han obedecido única y exclusivamente las órdenes de Washington y Londres, con el consentimiento de los demás Estados miembros de la OTAN, aunque estos últimos ignoran los detalles sobre la acción de dichas redes. Cada vez que algo sale a la luz sobre esas redes secretas, se oyen promesas de que van a ser disueltas… pero ahí están. El «incidente» más reciente fue el descubrimiento, en 2020, del hecho que Dinamarca “escuchaba” las comunicaciones de todos los dirigentes europeos… por cuenta de la OTAN [4].
La CIA y el MI6 poco a poco han extendido ese tipo de redes a gran parte del mundo. Esos dos organismos de inteligencia organizaron así la Liga Anticomunista Mundial [5] en tiempos de la guerra fría e instauraron sangrientas dictaduras, desde Taiwán hasta Bolivia y pasando por Irán y el Congo.
Después de la dimisión del presidente Richard Nixon, el propio Congreso estadounidense llegó a sacar a la luz las actividades de la CIA, con los trabajos de la conocida Comisión Church [6]. Esas redes se habían desarrollado tanto que conformaban un Estado dentro del Estado, llegando incluso a organizar el célebre escándalo del Watergate para provocar la caída del presidente de Estados Unidos, Richard Nixon [7]. El sucesor de Nixon, James Carter, estimuló la continuación de aquellas revelaciones y recuperó el control sobre la CIA a través de su nuevo director, el almirante Stansfield Turner.
Periodistas e historiadores han dedicado cientos de libros a los crímenes de la CIA y del MI6. Pero se trata de libros y tesis sobre esta o aquella operación en particular. Algunos han tratado de esbozar intentos recapitulativos sobre ciertos hechos pero ninguno se ha atrevido a escribir la historia del sistema creado por la CIA y el MI6 ni sobre sus hombres, porque es importante saber que las diferentes operaciones eran obra de los mismos individuos, que simplemente se desplazaban hacia diferentes puntos del planeta para llevarlas a cabo.
Los presidentes estadounidenses Ronald Reagan y George Bush padre alimentaron públicamente esas redes en los países miembros del Pacto de Varsovia, organizando grandes operaciones de sabotaje económico y militar. Esos grupos salieron a la luz sólo con el derrumbe de la URSS y se vieron llamados a desempeñar un papel político. Estuvieron muy activos en la incorporación a la OTAN de los países de Europa central, de los Balcanes, de Europa oriental y de la región báltica. El apoyo reiterado de la presidente letona Vaira Vike-Freiberga a manifestaciones organizadas por grupos nazis [8] no puede verse como un simple accidente. En realidad se trataba de manifestaciones públicas de las redes secretas, que a veces logran llegar a los escalones más elevados de los gobiernos.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, era evidente para todos que el gran artífice de la victoria sobre el nazismo había sido la Unión Soviética (al precio de entre 22 y 27 millones de muertos soviéticos) y que los anglosajones (con menos de 1 millón de muertos entre Estados Unidos y Reino Unido, incluyendo las colonias) habían aportado una contribución muy relativa. Stalin –quien había enviado a los campos de trabajo a kulaks y mencheviques– forjó la reconciliación y el sentimiento nacional soviético alrededor de la igualdad de todos frente a la jerarquización racial de los nazis (el racismo), de Estados Unidos (la segregación racial) y de Sudáfrica (el apartheid). Los debates sobre los «totalitarismos del siglo XX» y las resoluciones negacionistas del Parlamento Europeo [9] sólo apuntan a destruir la imagen de Stalin al mezclar los crímenes nazis con los soviéticos, de naturaleza muy diferente y correspondientes a épocas muy distintas: el gran periodo de los gulags no terminó con el fallecimiento de Stalin, en 1953, sino antes, en 1941, con el acuerdo entre el propio Stalin y la iglesia ortodoxa rusa para garantizar la defensa del país. Por consiguiente, ese periodo no caracteriza el estalinismo ni la URSS. Pero su uso como referencia permite ocultar la política de “reciclaje” de los peores criminales nazis por parte de Estados Unidos y del Reino Unido, deseosos ambos de extender su propia dominación, así que nadie habla, por ejemplo, de los campos de concentración que los británicos crearon en Kenya durante los años 1950.
Todos esos datos demuestran que, para imponer su dominación sobre el mundo, Estados Unidos y el Reino Unido no vacilaron en utilizar a sus enemigos de ayer ordenándoles seguir haciendo lo que ya habían hecho, pero bajo las órdenes de Washington y de Londres, y con los mismos métodos criminales.
Teniendo en mente ese pasado, es justo plantear la cuestión sobre el verdadero papel de la OTAN. El pensamiento dominante nos asegura que la OTAN fue creada para luchar contra los soviéticos. Pero, además del hecho que los soviéticos acababan precisamente de tomar Berlín, derrotando a los nazis, hay otros dos hechos incuestionables:
1. La OTAN nunca combatió contra los soviéticos.
2. Hoy en día… ya no hay soviéticos.
Oficialmente, la OTAN ha librado sólo dos guerras convencionales. La primera fue contra Yugoslavia y la segunda contra Libia. En resumen, toda la historia de la OTAN se limita a su injerencia en la política interna de sus propios miembros para alinearlos del lado de los intereses de Washington y de Londres, ya sea orquestando lo que hoy llamamos «revoluciones de colores» –como en Francia, en mayo de 1968–, asesinatos políticos –como el de Aldo Moro, en Italia– y golpes militares –como el que instauró en Grecia la «dictadura de los coroneles».
Así que ahora habría preguntarse si toda esta barahúnda sobre una hipotética invasión rusa en Ucrania no esconde otra cosa: un endurecimiento del control que Washington y Londres ejercen sobre sus aliados, precisamente en momentos en que tanto Estados Unidos como el Reino Unido están en pleno declive.
Hay que preguntarse por qué Rusia, que el 17 de diciembre de 2021 pedía que la OTAN se adaptara a la Carta de la ONU, ya no habla de eso. Washington y Londres no quieren abandonar su posición de amos y sus “aliados” europeos prefieren seguir en su papel de vasallos. Disolver la OTAN carecería de sentido ya que cada miembro pretende mantenerse en su papel, en vez de optar por la independencia y por la responsabilidad individual. Si la OTAN desapareciese, una estructura idéntica surgiría en su lugar. Así que el problema no es la OTAN sino cómo razonan los dirigentes anglosajones y sus aliados.
Es posible que esta diferencia de pensamiento no sea sólo cultural y que tenga que ver con la revolución informática. Las concepciones verticales, los análisis en función de zonas de influencia, las teorías geopolíticas son cosa de la era industrial mientras que las decisiones multipolares, los análisis individualizados y las teorías de redes son propias de las sociedades que se construyen hoy. En ese caso, Moscú y Pekín están simplemente adelantados a los occidentales.
En definitiva, en un momento dado, algún aliado –quizás varios– dejará de inclinarse ante Washington y Londres. Las declaraciones del presidente polaco Andrzej Duda en favor de China o las del presidente croata Zoran Milanovic en favor de Rusia son presagios de lo que pudiera suceder. En 1966, los países miembros de la OTAN se sorprendieron cuando el entonces presidente de Francia, Charles de Gaulle, denunció las redes stay-behind y expulsó de su país a las fuerzas de la alianza atlántica. Hoy, la reacción de esos países sería diferente si un miembro de la OTAN saliese de ese bloque bélico sin cuestionar el Tratado del Atlántico Norte. Los dirigentes europeos suelen comportarse como ovejas y eso pudiera llevarlos a imitar el nuevo modelo y a irse en bloque.
Mientras tanto, Moscú y Pekín prosiguen su acercamiento. No buscan unirse para aplastar a alguien sino para defender juntos su propia visión de las relaciones internacionales y del desarrollo económico para todos. Sus presidentes –Vladimir Putin y Xi Jinping– publicaron una nueva declaración conjunta, el 4 de febrero [10]. Y de paso ridiculizan la pretensión de Occidente de presentarse como un «mundo libre» basado en la democracia. Subrayan que, aunque están lejos de ser perfectos, sus dos países dan a sus ciudadanos mucha más importancia que Estados Unidos y el Reino Unido.
Los países occidentales, que siguen empeñados en oírse sólo a sí mismos, no responden al discurso de rusos y chinos. Y si lo hicieran, sería para despreciarlo preguntando “¿Cómo puede esa gente hablar así?”, en lugar de preguntarse por qué hablan así.