Todos los imperios son mortales incluso el de Estados Unidos

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La semana pasada me interrogaba yo sobre la verdadera razón de la rivalidad entre Estados Unidos y China. Y es posible que la «trampa de Tucídides» sea sólo una especie de pantalla que oculta la decadencia que conduce a la desintegración inminente del «Imperio estadounidense».

En este artículo trataré de resumir una historia que todavía no se entiende en Occidente e invito a la reflexión sobre lo que pudiera suceder cuando ese imperio haya desaparecido.

La URSS ciertamente se derrumbó. Pero no fue a partir de su intervención en Afganistán (iniciada en 1979 y terminada en 1989). El proceso comenzó con la catástrofe de Chernobil, el 26 de abril de 1986. Fue entonces cuando los soviéticos se dieron cuenta de que el Estado ya no controlaba nada. Convertidos en vasallos bajo el mandato de Leonid Brezhnev, los miembros del Pacto de Varsovia se insubordinaron.

Las iglesias, las juventudes comunistas y los gais de Alemania Oriental echaron abajo el muro de Berlín [1].

La URSS no sólo no reaccionó sino que abandonó a sus aliados no europeos, sobre todo a Cuba. Después de haber querido ser un reformador, el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, se convirtió en liquidador. De la disolución de la URSS nacieron nuevos Estados independientes.

Después vino la pesadilla. Algunos “nuevos rusos” se apropiaron de los bienes de la colectividad, llegando incluso a batirse a tiros en las calles de Moscú y de San Petersburgo. Se derrumbó la producción y en muchas regiones de Rusia se hizo difícil encontrar qué comer. Durante 15 años se registró un descenso brutal de la esperanza de vida. La caída era tan grave que nadie creía que el país pudiera levantarse rápidamente.

Mientras tanto, en Washington planeaban lo que Estados Unidos podía hacer al desaparecer su rival. El 11 de septiembre de 1990, el presidente George Bush padre lanza ante el Congreso la idea de un «Nuevo Orden Mundial». En aquel momento, el presidente estadounidense acababa de orquestar en el Golfo Pérsico una guerra a la que se unieron casi todos los Estados del mundo. Incluso antes de la desaparición de la URSS, Estados Unidos ya se había convertido en la superpotencia única cuyo poderío nadie cuestionaba [2].

El straussiano Paul Wolfowitz elabora entonces una doctrina destinada a impedir la aparición de un nuevo competidor que pudiese tomar el lugar de la URSS. Sin la menor vacilación, Wolfowitz señaló el proyecto político del presidente francés Francois Mitterrand y del canciller alemán Helmut Kohl –la Unión Europea– como el nuevo adversario a eliminar, así que Washington impondrá a la UE la obligación de integrar en su seno a todos los Estados que habían sido miembros del Pacto de Varsovia y las repúblicas ex soviéticas. Ese incremento apresurado y exagerado de la cantidad de países miembros convierte la Unión Europea en un mastodonte cuyas proporciones absurdas lastran gravemente su funcionamiento. Washington fuerza además a que se reconozca en el Tratado de Maastricht que la defensa de la Unión Europea depende de Estados Unidos.

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