Los observadores pronosticaban una guerra de Israel contra uno de sus vecinos. Pero nadie ataca al Estado hebreo. Israel tiene adversarios pero su enemigo es… Israel.
Al carecer Israel de una Constitución que defina su orden político, este último resulta ser extremadamente vulnerable.
Los discípulos del filósofo Leo Strauss, que han tomado el poder en el Departamento de Estado y las riendas de la Casa Blanca, están dirigiendo un cambio de régimen en Israel.
En todo el país se multiplican las manifestaciones de quienes quieren impedir que Israel se convierta, según palabras de un ex director del Mosad, en «un Estado racista y violento que no podrá sobrevivir». Probablemente ya es demasiado tarde.
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El golpe de Estado de los straussianos en Israel
por Thierry Meyssan
Los observadores pronosticaban una guerra de Israel contra uno de sus vecinos. Pero nadie ataca al Estado hebreo. Israel tiene adversarios pero su enemigo es… Israel. Al carecer Israel de una Constitución que defina su orden político, este último resulta ser extremadamente vulnerable. Los discípulos del filósofo Leo Strauss, que han tomado el poder en el Departamento de Estado y las riendas de la Casa Blanca, están dirigiendo un cambio de régimen en Israel. En todo el país se multiplican las manifestaciones de quienes quieren impedir que Israel se convierta, según palabras de un ex director del Mosad, en «un Estado racista y violento que no podrá sobrevivir». Probablemente ya es demasiado tarde.
Uno de los straussianos históricos, Elliott Abrams, tristemente célebre en Latinoamérica, dirige el cambio de régimen en Israel.
Hace 2 años que la división reinante entre los israelíes les impide designar gobierno. Al cabo de 5 elecciones generales, los israelíes renunciaron al gobierno del tándem Lapid-Gantz y otorgaron el poder a una nueva coalición conformada alrededor de Benyamin Netanyahu.
Pero sólo dos meses después de la formación del nuevo gobierno, los israelíes han cambiado nuevamente de opinión. La mayoría de los israelíes ya no quiere el nuevo gobierno de Netanyahu.
Es que, para sorpresa de todos, Benyamin Netanyahu instaló en el gobierno una coalición conformada con pequeños partidos supremacistas judíos y les prometió:
retirar de las Leyes Fundamentales la 7ª cláusula, que prohíbe la participación en las elecciones a los partidos abiertamente racistas;
modificar la ley antidiscriminación para poder financiar eventos o estructuras que practican la separación de sexos y para poder autorizar la negación de servicios por razones religiosas;
obligar las autoridades locales a financiar las escuelas ultra ortodoxas, incluso las que no estén bajo control de la administración central, que no siguen los programas y que se niegan a enseñar las materias laicas básicas, como las matemáticas y el inglés;
quitar al ministerio de Ayudas Sociales el otorgamiento de bonos de alimentación y poner esa prerrogativa en manos del ministerio del Interior, que aplicará como criterio de otorgamiento el no pago de impuestos, sabiendo que los ultra ortodoxos están eximidos del pago de impuestos, independientemente de sus recursos.
Pese a esas promesas, Netanyahu ha tenido la precaución de desmarcarse de sus aliados, llegando a declarar que nunca autorizaría que alguien pueda escudarse tras sus creencias religiosas para negar algún servicio a un ciudadano de Israel. «Habrá electricidad durante el Shabbat.
Habrá playas [mixtas]. Mantendremos el status quo. No tendremos un país gobernado por la halaka [la ley judía].» «No habrá enmienda de la ley del regreso», agregó. Benyamin Netanyahu contradijo además a su hijo, Yair Netanyahu, quien había declarado que los jueces que lo llevaron ante los tribunales son traidores y que debían ser castigados como tales. Y, finalmente, hizo elegir como presidente del parlamento a Amir Ohana, el único diputado israelí abiertamente gay.
Por muy chocante que pueda parecer el programa de la coalición de gobierno, lo más importante es que Benyamin Netanyahu anunció una reforma del sistema judicial que viene a modificar el equilibrio de poderes que sostenía las instituciones de Israel, país que carece de Constitución. Esa reforma es tan significativa que la oposición la considera un golpe de Estado.